Ha muerto el escritor norteamericano Richard Matheson (1926-2013), guionista de cine y televisión y, sobre todo, autor de la novela Soy leyenda (1954), protagonizada por el solitario Robert Neville,
el único sobreviviente de una pandemia que ha transformado a los hombres en
vampiros.
Matheson fue un innovador: Soy leyenda se aleja de la literatura fantástica decimonónica para
construir una historia en la cual todo obedece a una explicación científica. Por
ejemplo, el miedo que los vampiros tienen de los crucifijos y del ajo es
susceptible de un origen psicológico, de ahí que el chupasangre judío no sea
temeroso de las cruces. En otro momento, Matheson también explica por qué los
monstruos pueden ser aniquilados con estacas de madera, con lo cual el autor
aprovecha viejas supersticiones para proveerlas de otro significado, lejos de
su oscurantismo original.
Sin embargo, el principal aporte del relato de
Matheson es la forma en que da “la
vuelta del revés” al mito de la Humanidad en las últimas páginas de su novela,
una experiencia que no queremos escamotear al lector con más detalles de la
trama. Baste insistir en que Neville es el último integrante de la especie humana
tal y como la conocemos. Recuérdese que en la ciencia ficción y en numerosos
ámbitos del conocimiento, así como en las conversaciones cotidianas, suele
hablarse de la “Humanidad” como un todo homogéneo, como unidad.
Nosotros, en cambio, vamos a considerar aquí esa “Humanidad” como un mito, desde que estamos organizados en naciones políticas
que conviven y compiten entre sí (a veces de forma violenta, como se sabe,
aunque con frecuencia se olvide). Por lo tanto, ese ser humano en estado puro
no existe.
En cambio, la ciencia ficción se ha encargado de darle
especial beligerancia al “Género Humano” tan llevado y traído. ¿Cómo? Por medio
de la introducción de otras especies, como los extraterrestres, capaces ―ahora
sí― de contraponerse frente a la Humanidad, que en este caso podríamos considerar
como un todo opuesto de lo alienígena.
Así, después de retratar con especial patetismo la
soledad y la tragedia de Neville, con un héroe enfrentado a las hordas
vampíricas, Matheson concluye su relato con una de las ideas más ingeniosas que
han cobrado forma en el género.
Lo que no es una novedad es la forma, por completo
distinta, en que la novela ha sido llevada al cine, hace apenas unos años. Ahí,
Neville es un héroe de acción convencional, como en el caso de la versión
protagonizada por Will Smith, Soy leyenda
(2007), de Francis Lawrence. Todo ello sin perjuicio de su validez como
espectáculo, eso sí, muy distante de la novela. El cine y la literatura, ya se
sabe, no siempre tienen intereses convergentes: no tienen por qué tenerlos.
En El último
hombre… vivo (The Omega Man,
1971), de Boris Sagal, se aprovecha la personalidad del actor Charlton Heston
para que este encarne con su habitual templanza a un antihéroe, lejos de la
nobleza y la nostalgia del rol de Will Smith.
Acaso la adaptación menos alejada del original hay que
buscarla más atrás, en el pasado, en El
último hombre sobre la tierra (The
Last Man On Earth, Italia| EUA, 1964), de Ubaldo Ragona, que no se atreve a
llegar tan lejos como el libro que ahora nos ocupa. Pero, ya lo hemos dicho, el
cine y la literatura caminan por senderos diferentes.
La novela de Matheson, además, es el germen de una
epidemia de amplio recorrido. En 1968, George A. Romero iniciaría la andadura
de una de las creaciones más importantes de la llamada cultura popular, con su
película La noche de los muertos
vivientes, cuyas criaturas, los zombis, están inspiradas en los vampiros de
Soy leyenda.
La herencia de Matheson se antoja así, mucho más
profunda que las numerosas tumbas que sus hijos han abandonado. Y que él ahora
finalmente visita.
[Publicado originalmente en el semanario Primera Plana, edición del 28 de junio de 2013]
[Publicado originalmente en el semanario Primera Plana, edición del 28 de junio de 2013]
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