martes, 2 de julio de 2013

La leyenda es la Humanidad

Ha muerto el escritor norteamericano Richard Matheson (1926-2013), guionista de cine y televisión y, sobre todo, autor de la novela Soy leyenda (1954), protagonizada por el solitario Robert Neville, el único sobreviviente de una pandemia que ha transformado a los hombres en vampiros.
Matheson fue un innovador: Soy leyenda se aleja de la literatura fantástica decimonónica para construir una historia en la cual todo obedece a una explicación científica. Por ejemplo, el miedo que los vampiros tienen de los crucifijos y del ajo es susceptible de un origen psicológico, de ahí que el chupasangre judío no sea temeroso de las cruces. En otro momento, Matheson también explica por qué los monstruos pueden ser aniquilados con estacas de madera, con lo cual el autor aprovecha viejas supersticiones para proveerlas de otro significado, lejos de su oscurantismo original.
Sin embargo, el principal aporte del relato de Matheson es la forma en que da  “la vuelta del revés” al mito de la Humanidad en las últimas páginas de su novela, una experiencia que no queremos escamotear al lector con más detalles de la trama. Baste insistir en que Neville es el último integrante de la especie humana tal y como la conocemos. Recuérdese que en la ciencia ficción y en numerosos ámbitos del conocimiento, así como en las conversaciones cotidianas, suele hablarse de la “Humanidad” como un todo homogéneo, como unidad.
Nosotros, en cambio, vamos a considerar aquí esa “Humanidad” como un mito, desde que estamos organizados en naciones políticas que conviven y compiten entre sí (a veces de forma violenta, como se sabe, aunque con frecuencia se olvide). Por lo tanto, ese ser humano en estado puro no existe.
En cambio, la ciencia ficción se ha encargado de darle especial beligerancia al “Género Humano” tan llevado y traído. ¿Cómo? Por medio de la introducción de otras especies, como los extraterrestres, capaces ―ahora sí― de contraponerse frente a la Humanidad, que en este caso podríamos considerar como un todo opuesto de lo alienígena.
Así, después de retratar con especial patetismo la soledad y la tragedia de Neville, con un héroe enfrentado a las hordas vampíricas, Matheson concluye su relato con una de las ideas más ingeniosas que han cobrado forma en el género.
Lo que no es una novedad es la forma, por completo distinta, en que la novela ha sido llevada al cine, hace apenas unos años. Ahí, Neville es un héroe de acción convencional, como en el caso de la versión protagonizada por Will Smith, Soy leyenda (2007), de Francis Lawrence. Todo ello sin perjuicio de su validez como espectáculo, eso sí, muy distante de la novela. El cine y la literatura, ya se sabe, no siempre tienen intereses convergentes: no tienen por qué tenerlos.
En El último hombre… vivo (The Omega Man, 1971), de Boris Sagal, se aprovecha la personalidad del actor Charlton Heston para que este encarne con su habitual templanza a un antihéroe, lejos de la nobleza y la nostalgia del rol de Will Smith.   
Acaso la adaptación menos alejada del original hay que buscarla más atrás, en el pasado, en El último hombre sobre la tierra (The Last Man On Earth, Italia| EUA, 1964), de Ubaldo Ragona, que no se atreve a llegar tan lejos como el libro que ahora nos ocupa. Pero, ya lo hemos dicho, el cine y la literatura caminan por senderos diferentes.
La novela de Matheson, además, es el germen de una epidemia de amplio recorrido. En 1968, George A. Romero iniciaría la andadura de una de las creaciones más importantes de la llamada cultura popular, con su película La noche de los muertos vivientes, cuyas criaturas, los zombis, están inspiradas en los vampiros de Soy leyenda.
La herencia de Matheson se antoja así, mucho más profunda que las numerosas tumbas que sus hijos han abandonado. Y que él ahora finalmente visita. 
[Publicado originalmente en el semanario Primera Plana, edición del 28 de junio de 2013]



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