La contadora de películas (2009) relata una historia ambientada en la provincia chilena, en un pueblo donde una
de las pocas diversiones es el cine local. María Margarita, la protagonista de
la historia, es integrante de una familia muy pobre, así que el padre,
cinéfilo, quien no puede pagar las entradas de todos, organiza un concurso para
elegir al mejor contador de historias entre sus hijos: así uno de ellos podrá
ver la película para luego volver a casa y contársela al resto. Cuando demuestra
con creces que no tiene rival, la niña se convierte en la contadora de películas. La novela es el recuento de su gloria en
ese juego tan cinematográfico y literario, pero también el de su brusca
madurez.
Lo más llamativo de este narración del chileno Hernán Rivera Letelier (Talca, 1950) es la forma en que construye el testimonio de un personaje muy humilde en un
contexto miserable. Sin necesidad de regodearse en detalles sórdidos para darle
tremendismo a su relato, Rivera Letelier tampoco construye un mundo infantil
simplificado. A la niña le pasan cosas terribles, sí, como resultado de una
vida llena de sacrificios en un lugar aislado y donde impera una ley injusta. Pero
ella cuenta esas cosas difíciles de contar sin incurrir en el melodrama de las
películas mexicanas que su familia tanto parece disfrutar.
El dolor, parece entender la joven narradora, forma
parte de su vida y en su pronta asimilación radica la sobrevivencia en un medio
muy hostil, que pocas oportunidades de emancipación puede proveerle.
Así, La
contadora de películas es la historia de ese contraste, el de los tiempos
felices en que la joven se convierte en una cuenta cuentos ejemplar, frente a
las duras demandas de una vida adulta que tiene que asumirse a destiempo,
suerte de renuncia a una infancia a pesar de todo memorable.
Rivera Letelier demuestra su habilidad para darle
credibilidad a un personaje femenino que recuerda su niñez, con una voz
mesurada y no obstante capaz de evocar experiencias muy impactantes. Recuerdo
una novela notable en este sentido, Las
hojas muertas (1987), de Bárbara Jacobs, en donde también había un retrato
nostálgico de un padre herido, aunque por razones muy diferentes al personaje
de La contadora de películas.
El padre de María Margarita es un hombre que queda inválido
después de un accidente. Para colmo, su esposa lo abandona, a él y a sus hijos.
En una de las escenas, la niña comprende de una forma brutal por qué su madre
abandonó a un hombre viejo, inutilizado de la cintura para abajo. Es el
descubrimiento de una verdad amarga y que tiene que ser revelado a los ojos de
una jovencita de la peor manera; no diré de qué forma, pero en esa coherencia
radica uno de los grandes logros del relato.
El otro es la forma en que Rivera puede apelar a la
belleza del cine sin ser devorado por ella. Con frecuencia, la literatura es
forzada a emprender una batalla desigual con el cine, aunque en este caso ambos
aparecen hermanados de forma natural por el arte del chileno. De las alianzas
entre cine y literatura han surgido obras maestras (El padrino, digamos), pero también estropicios (la más reciente
versión de El gran Gatsby, por
ejemplo). La contadora de películas,
desde luego, no es un estropicio.
Apenas he insinuado la forma en la cual Rivera
Letelier aprovecha las formas de lo cómico para darle vida a su historia, como
ocurre en el caso de los nombres con eme: la obsesión del padre, quien dispone
que todos sus hijos se llamen así, Mariano, Mirto, Manuel, Marcelino… Y, desde
luego, María Margarita, quien estuvo a punto de llamarse nada menos que Marylin
Monroe. Todo ello orquestado alrededor de una curiosa teoría que incluye a
nuestro Mario Moreno.
Hay un aspecto de la novela relacionado con el éxito
del cine mexicano a mediados del siglo pasado, como se sabe, y del cual se deja
constancia. Es el hecho de que, a pesar de su aparente exotismo (una salitrera
perdida en el interior de Chile), la historia de La contadora de películas es muy familiar (universal, dirán otros,
con entusiasmo), gracias a un bagaje común entre chilenos y mexicanos. Al
final, sin ser pretensioso, Rivera Letelier ha logrado asimilar los recursos
del cine en su novela, con un final que tiene mucho de las grandes películas.
La contadora de películas, Hernán
Rivera Letelier, México, Alfaguara, 2010, 118 pp.
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[Publicado originalmente en el periódico mexicano Primera Plana, el 14 de junio de 2013]
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