Loba es la historia de Soledad,
una princesa que tiene que enfrentar la amenaza de un dragón así como otros
desafíos, acaso más avasallantes, como el amor erótico. ¿Alguien concibe una
épica en la cual se reniegue de la reivindicación de la guerra? La mexicana Verónica
Murguía (1960) ha escrito una novela, Loba
(2013), que se desmarca radicalmente de ella, por medio de un alegato armonista
que no solo pretende instaurarse entre los humanos sino que busca conciliar
varias especies. ¿Tiene parangón, en la fantasía heroica, el intento de
Murguía?
Es cierto que en los grandes autores del género, como Tolkien, Le Guin y Lewis, el héroe no es un bruto que siempre mate por matar.
Se pelea para sobrevivir y en el contexto de distintos grupos que se hacen la
guerra. Los lectores de La Comunidad del Anillo
tal vez recuerden un pasaje (“La sombra del pasado”, también presente en la
versión cinematográfica de Peter Jackson), en el cual Frodo lamenta que su tío
Bilbo no haya matado a Gollum cuando tuvo oportunidad de hacerlo. Gandalf lo
reprende y le dice lo siguiente:
“Muchos
de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida.
¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues
ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos”.
Es conocido el pasado de Tolkien como
combatiente en la Gran Guerra, una experiencia que habría marcado sus libros. Sin
embargo, Gandalf de pacifista tiene muy poco porque en El Señor de los Anillos se reconoce la validez de la guerra para,
simplemente, preservar la vida y el territorio.
También podemos recordar la cólera de
Aquiles, que se contrasta con la templanza de Héctor. Es decir, la censura a la
violencia desmedida hace mucho que ha estado presente, en mayor o menor medida.
(Como se ve, estoy hablando de épica y de fantasía heroica, no de otro tipo de
textos o de movimientos sociales explícitamente pacifistas.)
Sin embargo, Loba intenta ir más allá de sus modelos: su protagonista, la
princesa Soledad, del reino de Moriana, aspira a renunciar por entero a la guerra, de ahí que Murguía construya un relato en
el cual la violencia con frecuencia se ejerce como recurso último, para de
inmediato tratar de solventar sus consecuencias. Son abundantes los pasajes en
los cuales esto ocurre, pero semejante ideología se vuelve una constante desde
que Soledad participa en una batalla en la cual es incapaz (no por cobardía,
sino por una revelación) de matar a su atacante.
Soledad evoluciona hasta convertirse en
un personaje atípico en la fantasía heroica, un tipo de relato que suele
resolverse luego de una batalla (muy sangrienta) entre al menos dos bandos
irreconciliables. Quien busque eso en Loba
tal vez sufrirá una decepción, a pesar de que por lo demás esta respeta ciertas
convenciones, como la ambientación de la trama en una Edad Media alternativa.
Alberto Chimal ha dicho (“Resistir a la violencia”, Replicante, edición de
junio, 2013) que esa negación de la violencia hace de Loba una propuesta por completo novedosa. Y al menos en la porción
de la fantasía heroica que he citado aquí eso parece ser cierto porque, como
preguntábamos al principio: ¿es concebible la épica sin reivindicar la guerra? Loba dice que sí.
Así, al renunciar de esa manera a la guerra,
en lugar de destacar que se trata de una forma de la política, Loba abraza la utopía. Habría que ver si
con ello contribuye a iluminar las complejas tensiones en torno de la guerra como problema, desde que en la novela se ponen en juego semejantes ideas y debates.
Loba aparece cuando la
serie Juego de tronos y las novelas
de George RR Martin gozan de gran difusión. Y Martin representa la otra cara de
la moneda: hay pasajes de su obra inspirados en Maquiavelo. Me parece que en la
relación dialéctica entre la política de Martin y el armonismo de Murguía está
la clave del papel de la fantasía en nuestra sociedad.
Sin perjuicio de lo anterior, al final Loba desborda las categorías de lo
fantástico y la fantasía heroica, porque la evolución de Soledad la
convierte en devota de la religión verdadera, cuando abraza el culto a los
animales (como los hombres del Paleolítico, según nos explica Gustavo Bueno en El animal divino).
Loba es la historia
de una conversión: una mujer que aborrece lo sobrenatural se enamora de un mago
marcado por la tragedia, para después establecer una relación con un numen del
bosque para salvar su reino. Un sacrificio que no tiene por qué ser comprendido
por el feminismo indefinido y por anticlericales, desde que convierte la novela
en una suerte de hagiografía donde abunda la culpa y en las páginas finales
espera la redención. Y la gloria, claro está.
Loba, Verónica Murguía, España/ México, SM, 2013, 512 pp.
[Publicado originalmente en el periódico mexicano Primera Plana, edición del 26 de julio de 2013]
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