El escritor mexicano Alberto Chimal (Toluca, 1970) es conocido por su empeño en la
escritura de literatura fantástica, que él prefiere complementar, no sin
controversia, con el rótulo “de imaginación”; todo ello por la proliferación de
definiciones (a veces contrarias entre sí) que de lo fantástico existen.
Gracias a ese interés en las diferentes modulaciones
de la fantasía, Chimal ha construido algunos de los libros más notables de
ese tipo en México, como Gente del mundo
(1998), Grey (2006) y en especial El país de los hablistas (2001),
por su revisión de la fantasía heroica. Una trayectoria que recientemente ha sido
coronada con la publicación en España de Siete
(Editorial Salto de página, 2012), antología con algunos de sus relatos más
representativos.
Interesado en experimentar con la noción de aventura,
este autor ha inventado un explorador, Horacio Kustos, cuya personalidad se ha
ido dibujando paso a paso a lo largo de los años y varias narraciones. Como
entrenamiento, dice con fortuna Jorge Téllez (ver blog “El grafólego”, Letras Libres, 6 de febrero de 2013). Y
entre tanto prodigio, uno de los avistamientos que registra la aparición del
aventurero: “Horacio Kustos en la escalera” (2003), publicado en La Jornada Semanal.
La torre y el jardín (2012) es su
tercera novela, si tomamos en cuenta la nouvelle
Shanté, incluida en el cuentario Éstos son los días (2004), luego de una
incursión de Chimal en la narrativa sin elementos sobrenaturales con Los esclavos (2009). Con esta última se
consolidó además otro interés del autor, que tiene qué ver con la sexualidad
humana, como puede comprobarse al menos desde el cuento “Kink”, incluido en el libro colectivo Di algo para romper este silencio (2005). La torre y el jardín,
la aventura de Kustos más extensa hasta la fecha, confirma esa exploración del
sexo y sus ramificaciones en el ámbito de la imaginación radical.
Hay una ciudad apócrifa, ubicada en México, Morosa, y
hasta ella llega Kustos para visitar un burdel muy especial, llamado
popularmente “El Brincadero” (un nombre que recuerda otro cuento de Chimal de temática también
arquitectónica, “Brinquería”, de 2004). Dentro del edificio, Kustos conoce a un
médico, Molinar, quien va en busca de respuestas acerca de un episodio de su
niñez.
Don Cruz, el constructor de “El Brincadero”, es un
personaje de “Horacio Kustos en la escalera”. La historia con visos de terror
de esta ahora revela su verdadera naturaleza: todo fue una broma de Don Cruz. También
hay un momento en que se cita otro burdel, descrito holgadamente en el cuento
“El señor de los perros” (un inédito de Siete).
Como puede verse, hay abundantes referencias cruzadas en su obra que Chimal ha
construido con paciencia ejemplar a lo largo de los años, sin señales de
improvisación. Ese es su mérito más duradero y también el menos visible (lo
será para sus lectores de años).
Luego está la identidad de uno de sus narradores, cuya
principal característica no revelaré. ¿Habrá un narrador como este en la
literatura de nuestro país? ¿Y en nuestra lengua? En una novela de Philip K.
Dick, Laberinto de muerte (1970), hay una
presencia semejante, aunque según recuerdo no dotada del habla y mucho menos de
la capacidad de urdir un relato complejo.
Hay una recreación en describir las cosas de acuerdo
con una vieja máxima de Borges, como si no se comprendieran del todo. Si
acaso lo que se le puede reprochar a la novela es que su revelación final no
está del todo a la altura de las expectativas que, con tanto cuidado y
misterio, fomenta. Pero la explicación existe, aunque no por ello todo está resuelto y más de un enigma queda, con coquetería, sin resolver.
Kustos es un antihéroe en toda regla, cuyo mayor
atributo es una irrefrenable curiosidad. De ahí que sus aventuras tengan un
cariz cómico que muchas veces sirve de bálsamo a sus fracasos. Es un
impertinente que no responde a los modelos de la épica (ahora tan en boga) y
que más bien apela a ser más querido que admirado o temido.
Lo anterior se complementa con la ineptitud de ciertos
villanos, en especial un junior cuya gestación como fanfarrón se describe con
todo lujo. Es decir, hay dos fuerzas que se enfrentan: la curiosidad de Kustos
frente a un mal perezoso que poco contribuye a su causa y en cambio busca con
tenacidad el ridículo. Todo ello dilata la interpretación cómica de la
novela, no por ella ajena a escenas muy dramáticas, como aquellas que muestran
la relación entre los administradores del lugar.
Pocas personas más petulantes que el viajero que habla
del mundo sin que le pregunten. Kustos salva ese obstáculo con un entusiasmo
casi infantil que se permite dejar a sus lectores a la espera de un nuevo
recorrido, como si tanta maravilla fuera poco.
Alberto Chimal, La
torre y el jardín, México, Océano, 2012, 421 páginas.
[Publicado originalmente en Primera Plana 2161, edición del 10 al 16 de mayo de 2013]
[Publicado originalmente en Primera Plana 2161, edición del 10 al 16 de mayo de 2013]
Excelente reseña! Me gusto mucho la parte: "Si acaso lo que se le puede reprochar a la novela es que su revelación final no está del todo a la altura de las expectativas que, con tanto cuidado y misterio, fomenta. Pero la explicación existe, aunque no por ello todo queda resuelto y más de un enigma queda, con coquetería, sin resolver.."
ResponderEliminarExcelente obra, sin duda. Yo la disfrute demasiado. ¡Saludos!
Gracias, Luis Enrique.
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